BORGEANO
Mi Mojolofrástico está encerrado en una caja forrada en terciopelo rojo. Hace dos días que no lo dejo salir de allí y lo hago por su bien. Cuando lo libero comienza a volar como todo Mojolofrástico que se precie, como una sutil voluta de humo azulado recorre toda la estancia e intenta escapar a través de las ventanas (los Mojolofrásticos, al igual que las moscas, desconocen la existencia y la esencia de los cristales). Me da pena tenerlo allí, encerrado; pero no será por mucho tiempo. Mi amigo Salvador prometió conseguirme para mañana una Mojolofrástica preciosa. Dijo que sus volutas son de un rosa pálido con un leve jaspeado verde esmeralda. También me dijo que, cuando un Mojolofrástico conoce a su correspondiente Mojolofrástica, puedo dejarlos libres -incluso con las ventanas y las puertas abiertas- ya que, en pareja, ellos nunca abandonan el lugar donde se conocieron.
Todo mojolofrástico está ya dicho en el capítulo 68 de Rayuela. No hay nada que agregar a las palabras de Julio Cortázar:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”.
También en Rabelais, en Sterne o en Lewis Carrol, si vamos al caso. Pero que otros hayan jugado antes no significa que debamos negarno el placer de jugar nosotros mismos.
Prosit!
Tienes toda la razón. Me retracto en polvo y ceniza.
No hay problema Julio. Uno a veces se olvida de arrojar los dados y se queda mirándolos como si fueran piedras preciosas. A mí me pasa a menudo.
Diviértete, Julio.
El esfuerzo merece recompensa, hasta ahora el mejor mojolofrástico!
Gracias viva. Aunque algo de razón tiene Julio, el texto se parece demasiado al del otro Julio, pero bueno, uno tampoco es un Nobel (por ahora, al menos).
Definitivamente reciba usted el premio al mejor mojolofrástico! (aparte de otros muchos)
Llueven pétalos varios en este ambiente en el que me encuentro; se agradece la distinción. Llevaré la corona de laureles por un par de horas. Tengo entendido que para dormir es un poco incómoda.