UNA BURRA

A mí me encanta hacerlo a pelo sobre un potro sin domar. Las frutas de ella se agolpan, y estrechan, y apuntan el cielo; su boca anegada arranca sangre a mi cuello, no existen ya riendas, no hay dirección. Caemos al barro y es seguir con la embestida; entre zancadas y relinchos brota el magma y continuamos, grita ella «no pares» y allí estoy para agitarla, endemoniarla, y al tiempo estoy yo allí de esclavo blanco, que la unta con lodo y de cuidados, y protege la escena alejando, a la bestia sin control.

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