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arianeintheafternoon
A Vargas siempre le gustaron las mujeres con estilo, como ella. Imantaron su descreída mirada sus ojos y sus pies. Los unos porque le ponían color a la ternura, los otros por la gracia que conferían graciosos a su porte. Gustaba esta hermosa mujer de azoteas y terrazas, de áticos, buhardillas, atalayas, miradores…lugares en que pajareaban sus deseos y se abovedaba su esperanza. Dulce promiscuidad de lo que contemplaba y lo que pisaba. Nunca fue esta mujer ajena a los designios de la luz, a la piedad de los amaneceres, como las ciudades en que aventaba su dulzura, como el mar que repetía las espumas a sus pies. Entonces Vargas decidió que no le importaría en absoluto convertirse en sus zapatos.
A Vargas siempre le gustaron las mujeres con estilo, como ella. Imantaron su descreída mirada sus ojos y sus pies. Los unos porque le ponían color a la ternura, los otros por la gracia que conferían graciosos a su porte. Gustaba esta hermosa mujer de azoteas y terrazas, de áticos, buhardillas, atalayas, miradores…lugares en que pajareaban sus deseos y se abovedaba su esperanza. Dulce promiscuidad de lo que contemplaba y lo que pisaba. Nunca fue esta mujer ajena a los designios de la luz, a la piedad de los amaneceres, como las ciudades en que aventaba su dulzura, como el mar que repetía las espumas a sus pies. Entonces Vargas decidió que no le importaría en absoluto convertirse en sus zapatos.
Cuentan que aquella mujer desde entonces rasca el cielo calzada en sus Vargas auténticos
Siempre creeré en la comunidad mística de las azoteas. Besos a ambos.