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Santiago Pérez
como auquella noche en la que el ron pudo más que la sangre y fuisteis incapaces de hacer el amor, sumergidos en el vapor de un sueño erótico que se desvaneció en el aire de la noche, iguales al humo de dos cigarrillos sin apagar que se queman solitarios en el cenicero, uno junto al otro…
Y sumergidos en esa atmósfera de vapores y humos nos levantamos acuciados por el hambre y la sed de la resaca. Tu cuerpo aún yacía desnudo cuando yo me desperté y el calor tropical hacía brillar el sudor en tu torso. Quise acariciar ese sudor antes de despertarte. Ya era tarde. El viejo reloj de pared dio las once y ya no fue posible.
Salí del cuarto del váter y me dispuse a coger mi avión. No hubo despedidas. Tu volvías a Canadá, yo a España. Desde la cafetería observé como aquel guardia del aerouerto de La Habana te pedía el pasaporte al pillarte saliendo de puntillas del lavabo de caballeros. Luego me buscaste con la mirada y yo me oculté tras el Gramma, aún te miraba el trasero mientras pagabas tu desayuno. Nos volvimos ver en el aeropuerto de Londres, varios meses después (parecía que hubieses perdonado y olvidado).
como auquella noche en la que el ron pudo más que la sangre y fuisteis incapaces de hacer el amor, sumergidos en el vapor de un sueño erótico que se desvaneció en el aire de la noche, iguales al humo de dos cigarrillos sin apagar que se queman solitarios en el cenicero, uno junto al otro…
Y sumergidos en esa atmósfera de vapores y humos nos levantamos acuciados por el hambre y la sed de la resaca. Tu cuerpo aún yacía desnudo cuando yo me desperté y el calor tropical hacía brillar el sudor en tu torso. Quise acariciar ese sudor antes de despertarte. Ya era tarde. El viejo reloj de pared dio las once y ya no fue posible.
Salí del cuarto del váter y me dispuse a coger mi avión. No hubo despedidas. Tu volvías a Canadá, yo a España. Desde la cafetería observé como aquel guardia del aerouerto de La Habana te pedía el pasaporte al pillarte saliendo de puntillas del lavabo de caballeros. Luego me buscaste con la mirada y yo me oculté tras el Gramma, aún te miraba el trasero mientras pagabas tu desayuno. Nos volvimos ver en el aeropuerto de Londres, varios meses después (parecía que hubieses perdonado y olvidado).