Era la hora del cuerpo ardiente Tomamos ron…

Era la hora del cuerpo ardiente. Tomamos ron, mucho ron. El sudor intenso desciende por nuestro cuerpo mientras andamos por el malecón. Ya estamos cerca. Las palmeras nos saludan. Una recuerda aquellos domingos de ramos no tan calurosos. Babalú Ayé está cerca. Lo presentimos. Lo sentimos. Lo vemos al fin con sus langostas rojas colgadas al cuello, mientras sonrie a los turistas. Un fotógrafo con cámara oscura nos inmortaliza. Adiós Hemingway.

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Santyago

Santyago

En mi opinión, la sombra de Dostoyevsky y su humildad le hicieron crecer y dejarnos tales piezas maestras que son música para los ojos de quien los preste.